Dayton mai ha estat progrés sinó condemna

Perquè 'la comunitat internacional' condemnà Bòsnia a perpetuar l'etnificació del país?
Quins interesos n'han estat beneficiats?
Va quedar net Morillon de tota responsabilitat?
Quin reconeixement reberen whistleblowers sota ordres de l'ONU?


En Baščaršija, el antiguo barrio otomano de Sarajevo, los casquillos de balas se venden como souvenirs turísticos. Se hacen llaveros, bolígrafos, incluso figuritas con forma de tanque o avión. “Los que brillan son falsos, fabricados en China; los verdaderos son los que están sucios y tienen restos de pólvora”, precisa uno de los tenderos de la calle del cobre.

Bosnia y Herzegovina lleva tres décadas intentando pasar página de una guerra que dejó más de 100.000 víctimas entre 1992 y 1995 y que enfrentó a serbios, croatas y bosnio-musulmanes. Desde entonces, algunas fachadas de la ciudad han sido repintadas, pero la mayoría conserva los fallos de puntería de los francotiradores serbios. En uno de esos edificios machacados ahora se anuncian clases de yoga. En otro, diversos carteles electorales de una decena de partidos cubren los agujeros.

Hoy se celebran las novenas elecciones desde la firma de los acuerdos de paz de Dayton, en los cuales se estableció la estructura política actual: dos entidades, una para los serbios y otra para croatas y musulmanes; así como tres presidentes, uno en representación de cada grupo. Este sistema, tutelado por la comunidad internacional, “buscaba representar a todas las partes implicadas en el conflicto, pero ha terminado por perpetuar las divisiones étnicas”, afirma Semir Mujkic, editor del Balkan Investigative Reporting Network (BIRN), principal observatorio de memoria histórica y seguimiento de la extrema derecha de la región.

Estas fracturas son especialmente visibles en la capital. Al otro lado del río Miljaka, en Sarajevo Este, medio millar de personas acuden a un mitin electoral en la plaza de Serbia.

Este barrio forma parte de República Srpska, la entidad autónoma que comprende la mitad del territorio del país. Su presidente desde 2010, Milorad Dodik, entra al pabellón como favorito en las encuestas.

El candidato y actual presidente de la Republika Srpska, que busca la independencia, es uno de los favoritos a ganar las elecciones

El candidato y actual presidente de la Republika Srpska, que busca la independencia, es uno de los favoritos a ganar las elecciones

Armin Durgut

Traficante de cigarrillos durante la guerra, comenzó su carrera política en la década de los 2000 con un discurso moderado, incluso abierto a la idea de Europa. Pero sus últimos años en el poder se han caracterizado por una deriva nacionalista y negacionista de los crímenes de guerra cometidos por los serbios. Su mayor proyecto es, según él mismo, “la independencia de República Srpska con algún tipo de vinculación estatal con Serbia”.

Pero, para ello, necesita aliados. “Tenemos el territorio, el apoyo de la población y contamos con un poder ejecutivo y legislativo efectivo”, responde a La Vanguardia . “Solo nos hace falta reconocimiento internacional”, añade. En ese mismo mitin electoral, Dodik presume de sus buenas relaciones con China, Hungría y especialmente con Vladímir Putin, al que llama directamente “amigo”.

Rusia está detrás de las principales inversiones económicas en el país y ha ofrecido apoyo incondicional a una posible secesión. Esta misma semana, el Kremlin y Gazprom han dado el visto bueno al proyecto de un gaseoducto con Serbia y a la construcción de diversas centrales eléctricas de gas en la República Srpska. A cambio, Dodik ha utilizado su voto en la presidencia tripartita para bloquear todas las sanciones de Bosnia y Herzegovina contra Rusia desde el inicio de la invasión de Ucrania. “Dodik está esperando el momento propicio”, afirma Mujkic. La guerra le hizo ganar momentum , pero las derrotas recientes del ejército ruso han provocado que suspenda, de momento, los pasos hacia la independencia.

Mientras tanto, la retórica de los nacionalistas serbios despierta miedo en la Federación de Bosnia y Herzegovina, la otra entidad política del país. Más diversa que República Srpska, con un 70% de musulmanes, un 10% de croatas y un 20% de otras minorías, tiene grandes luchas internas. Los croatas del sur del país buscan cambiar la ley electoral para ganar representación, mientras que los musulmanes les acusan de discriminación e islamofobia.

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Los candidatos a la presidencia han de declarar por ley a cuál de las tres etnias principales pertenecen, lo que elimina casi por completo las ideologías políticas y perpetúa la división. “Tenemos la sensación de que nunca cambia nada en Bosnia”, explica Agan, un técnico de la televisión nacional, que tenía siete años cuando comenzó el sitio de Sarajevo.

Como él, otros muchos jóvenes que no participaron en el conflicto sienten un gran desafección por la política, mientras sufren las consecuencias de la inflación con salarios que no llegan ni siquiera a los 600 €. Para estas elecciones, se espera que la participación ronde el 50%, a pesar de los miles de carteles electorales que hay pegados por todo el país.

El excomandante bosnio Naser Oric en Srebrenica, en un mitin de Acción Democrática en Tuzla

El excomandante bosnio Naser Oric en Srebrenica, en un mitin de Acción Democrática en Tuzla

Armin Durgut

Ese sistema retorcido, que ni siquiera los propios ciudadanos entienden, es una de las principales trabas para acceder a la Unión Europea. Se espera que Bosnia y Herzegovina vuelva a pedir el estatus de candidato después de que Ucrania y Moldavia lo hicieran hace unos meses. Sin embargo, el país “es incapaz de aplicar las reformas económicas y políticas necesarias para ello, a lo que se le suma altos niveles de corrupción en todas las administraciones”, sostiene Mujkic. “No hay una voluntad real ni en Bruselas ni en Sarajevo”, añade.

En ese sentido, la invasión rusa ha despertado solidaridad entre los bosnios, que ven sombras de Sarajevo en Kyiv y de Srebrenica en Bucha. Pero también revive un cierto rencor hacia Europa y las potencias occidentales. “Apoyamos a Ucrania, por supuesto, pero nos molesta que a ellos les envíen millones de dólares en armamento, mientras que el ejército bosnio enviaba a diez hombres con solo una pistola”, critica Agan.

La única promesa europea que les queda a los bosnios es emigrar. Amina nació en Tuzla, la Bosnia central, en 1995. Ese mismo año, su padre fue asesinado por los serbios. Vive desde los cinco años en Linz, Austria. “Hay una comunidad balcánica enorme en la diáspora”, afirma por videollamada. “En ocasiones, los que están fuera muestran mucho más odio que los que se quedaron”, añade.

Confiesa que no sigue mucho las noticias, y que no se ha informado nada de las actuales elecciones. Su principal vínculo con Bosnia es su abuela paterna, Djuljia, de las pocas musulmanas que volvió a la actual República Srpska después de la guerra. Vive en Krasan Poljie, a diez minutos del memorial de Srebrenica, donde está enterrado su hijo, el padre de Amina.

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“Me alegra que ella haya podido estudiar y vivir en un país rico y en paz”, explica mientras pasea entre las tumbas. Le enfada que políticos como Dodik nieguen, de manera explícita o implícita, lo sucedido durante la guerra. “Tengo vecinos que en su día señalaron a familias musulmanas de mi pueblo y que hoy dicen que no pasó nada”, explica.

Un hombre mendiga  en una calle de Sarajevo ante un cartel del candidato Irfan Cengic

Un hombre mendiga en una calle de Sarajevo ante un cartel del candidato Irfan Cengic

AP Photo/Armin Durgut

Los pueblos que rodean a Srbrenica son el último reducto de bosnios en la región serbia. En una hipotética independencia, este se convertiría en el punto más caliente junto al distrito de Brčko, una pequeña franja de territorio neutral designado por los acuerdos de paz que divide República Srpska en dos.

La amenaza de un conflicto étnico a corto plazo es poco probable, aunque preocupa el resurgimiento de nacionalismo, especialmente entre los adolescentes nacidos después de Dayton. “La gente no quiere que vuelva la guerra, pero el odio sigue ahí”, explica Amina. Para su abuela Djuljia, en cambio, “todo es posible con Dodik”. Según ella, los “serbios quieren este territorio, y tienen a Rusia de ejemplo”.

“La gente no quiere que vuelva la guerra, pero el odio sigue ahí”, explica Amina, que vive en Austria desde los 5 años

En la carretera de vuelta a Sarajevo se intercalan banderines serbios y bosnios, algunos de ellos desgarrados. Pasan cementerios de tumbas blancas o cruces negras; casas nuevas con ventanas aislantes y otras quemadas que nadie ha pisado en tres décadas. Cerca de una mezquita hay colgada una bandera de Ucrania sucia y descolorida. En una rotonda, bajo una gran Z pintada con graffiti rosa, están escritas las palabras Dodik y Putin, separadas por un corazón.

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