*La tolerancia*, Josep Mª Ruiz Simón

La tolerancia, que Voltaire definía como la virtud de perdonarnos mutuamente nuestras estupideces, llegó a ser un valor en Europa cuando, tras dos siglos de guerras de religión, los ilustrados vieron claras las consecuencias de todo intento de imponer una verdad religiosa a quien no la compartía. En este contexto, la tolerancia aparecía como una solución. Hoy, cuando todo el mundo se llena la boca con la palabra “tolerancia” vaciándola de significado, tal vez no estaría de más rellenarla de contenidos leyendo de nuevo los viejos teóricos de la materia. Como Locke, que, en su “Carta sobre la tolerancia”, ligó la tolerancia con la total separación entre la Iglesia y el Estado, y con la primacía de los derechos y los deberes civiles sobre los derechos y los deberes religiosos. De acuerdo con Locke, el terreno de juego de la tolerancia es la vida privada, pero su condición de posibilidad es la laicidad radical de la vida pública. Sólo desde esta laicidad se legitima la primacía de los derechos y los deberes civiles sobre los derechos y los deberes religiosos. Las consideraciones de Locke tienen ya unos cuantos siglos sobre sus espaldas. Pero no han perdido su vigencia. Sus lecciones no deberían ser olvidadas cuando se habla de políticas de inmigración en un país como el nuestro, en el que tras su separación legal, el Estado y una Iglesia, la católica, siguen viviendo como pareja de hecho. El debate sobre la inmigración, y más concretamente el debate sobre la relación entre los derechos y los deberes civiles y los derechos y los deberes religiosos o culturales de los inmigrantes, es inseparable de la reflexión sobre los vínculos entre la tolerancia privada y la laicidad pública.

La tolerancia.
LV, 9-XI-2000, Josep Mª Ruiz Simón.