*Olímpicamente, por una separación Deporte - Nación*, Cassandra

Finalizan los Juegos Olímpicos, actualmente el Gran Espectáculo Global no del deporte y sus virtudes sino del sacro, por incuestionable, Estado nacional(ista).

 

Finaliza este festival de nacionalismos -reunión de pastores, oveja muerta-, que obvia los Derechos, las libertades y la democracia -la ciudadanía, en fin- en nombre de no politizar el momento de más masiva expresión del adoctrinamiento colectivo y colectivista que Gobiernos y medios de comunicación practican permanentemente.

 

Finalizan los Juegos Olímpicos, ese momento de Encuentro Universal en el que son precisamente aparcadas todas las Declaraciones Universales de Derechos Humanos, limitadas o prohibidas las actividades de las entidades civiles que velan por sus contenidos, escondidos y vetados los líderes que, como el Dalai Lama, practican la intransigencia de la noviolencia desde el respeto precisamente universal, mientras se garantiza el protagonismo de entidades liberticidas por el sólo hecho de ser Estados.

 

Finaliza este festival de nacionalismos, que desde la designación de sede hasta el ceremonial y protocolo es un canto, entonado desde todos sus portavoces oficiales (y no oficiales…), a la victoria de un ‘nosotros’ que sustituye la nobleza de la competencia deportiva por la bajeza del abandono de la ecuanimidad y la reciprocidad, de los fundamentos, en suma, de la Ley y su Buen Gobierno.

 

Finalizan los Juegos Olímpicos, momento en el que, paradójicamente, celebramos la victoria de los ‘nuestros’ por encima de los mejores. Días en los que los héroes deportivos devienen meros figurantes que consiguen hacer ondear banderas e himnos, o fracasar (!!) en el intento. Tiempo orgasmático del obsceno “a por ellos”.

 

Finaliza este festival de nacionalismos, significado en lágrimas y emociones no por la leal competencia -o sea, la convivencia- sino por la victoria sobre (los) ‘otros’. No hemos convertido el deporte en sustituto de la guerra sino en el adiestramiento y mantenimiento permanente de sus coyunturales carnes de cañón.

 

Pero no finaliza ese permanente nacionalismo ‘banal’ fundado en la a menudo inconsciente, por omnipresente, presencia de banderas, siglas, himnos, eslóganes… y tantas ‘Españas’ (o ‘Francias’, o ‘Cataluñas’…) que se reproduce cotidianamente en espacios gubernativos y particulares, en discursos oficiales y conversaciones privadas, en webs de gran audiencia y modestos blogs personales.

 

Por ello, de la misma manera que hay que ‘liberar’ a las confesiones religiosas del ejercicio gubernativo, separando Iglesias de Estado para su mutuo respeto, conviene liberar la práctica deportiva del populismo identitario si queremos avanzar en el camino de una cultura política basada no en la tolerancia sino en el respeto, no en la identidad sino en la civilidad, no en la concesión sino en el reconocimiento, no en privilegios sino en responsabilidades… no en Naciones (Estados) sino en personas libres.

 

 

VIII-08, Cassandra