disidents: Sama Abdulhadi, dj palestina

Berlín, Dubái y Barcelona la reclaman pasa sus mejores salas y festivales de tecno

Primera mujer dj palestina, su sesión en un complejo sagrado ha encendido a los religiosos 

Sama Abdulhadi, DJ de tecno palestina

Sama Abdulhadi, de 30 años, está solicitada por los mejores clubs y festivales de música electrónica del mundo

Tristan Hollingsworth

Cuando se pone tras los platos en los mejores clubs y festivales de tecno de Berlín, Dubái o Barcelona, Sama Abdulhadi suele lucir un collar que no es solo decorativo. Hecho con la anilla de una granada de humo lanzada por el ejército israelí en una incursión en Cisjordania, no le deja olvidar de dónde viene.

Primera mujer dj de los territorios palestinos, Abdulhadi no solo ha colocado a su ciudad, Ramala, en el mapa mundial de la música electrónica, también se ha convertido en una especie de embajadora cultural de su tierra. Su nombre encarnaba una Palestina moderna y abierta al mundo, una imagen poco habitual en la prensa internacional. Hasta que un encontronazo con los fanáticos del islam la ha convertido en un símbolo de todo lo contrario.

 

Su familia ha instalado cámaras en la casa y ella no se atreve a salir sola a la calle por miedo a ser atacada

El 26 de diciembre grabó una sesión, emitida en directo por internet, en Nabi Musa, un complejo cultural entre Jerusalén y Jericó que alberga un hotel recién restaurado con fondos de la UE para impulsar el turismo. Es también un lugar sagrado, donde muchos musulmanes creen que está enterrado Moisés, y hay una mezquita.

“La idea era promocionar la escena electrónica palestina y nuestros tesoros culturales”, cuenta Abdulhadi desde la casa familiar en Ramala. Una turba de hombres irrumpió violentamente en la sesión, airados por lo que consideraban un ataque al islam. “Se calmaron al ver que éramos palestinos y no judíos. Recogimos las cosas y pudimos irnos antes de que nadie resultara herido. Pensé que la cosa acababa ahí”.

No fue así. El vídeo de la fiesta corrió como la pólvora, entre rumores de que se había consumido alcohol y drogas en la mezquita. Al día siguiente, y pese a contar con todos los permisos, fue detenida y acusada de profanar un lugar de culto, convertida en chivo expiatorio de las autoridades frente a la llamarada popular. Salió a los ocho días bajo fianza y tiene prohibido salir de Cisjordania, aunque la única acusación que sigue en pie es haber violado las normas anticovid, pues muchos asistentes no llevaban mascarilla.

“Ha sido todo un malentendido. No nos acercamos a la mezquita. Ni hubo alcohol. El error, en todo caso, lo cometió quien dio el permiso. La gente lo está entendiendo, poco a poco”, dice. Pero aún recibe amenazas, su familia ha instalado cámaras y ella misma no osa salir a la calle.

"Hubo un malentendido. No nos acercamos a la mezquita ni hubo alcohol", asegura

La rebeldía la lleva en la sangre. Su abuela, Isam Abdulhadi, fue una famosa militante palestina que se quitó el velo para unirse a la lucha armada contra Israel. “Fue una de las primeras mujeres que rompieron las normas de género en Palestina. Siempre he querido ser como ella, era una tipa dura”, dice.

En 1969, dos años después de la guerra de los Seis Días y la ocupación de los territorios palestinos, la familia se exilió a Jordania. Allí nació Sama, en 1990. Con los acuerdos de Oslo, a mediados de los noventa Israel permitió el retorno de líderes exiliados, entre ellos los Abdulhadi.

Sama también rompió corsés desde pequeña. Con siete años y ayudada por su abuela, convenció a la directora de su colegio para que permitiera un equipo femenino de fútbol. Jugaba también a baloncesto, tocaba el piano, bailaba, montaba batallas de hip-hop. De adolescente, empezó a pinchar en fiestas escolares y familiares.

Siempre contó con la protección de su familia, progresista y acomodada, para salirse de la raya. “Si a alguien le parecía mal lo que hacía, yo solo tenía que decir que hablasen con mi padre. Por eso creo que el hecho de que sea una dj de Ramala ha causado más shock en el extranjero que aquí, que ya me conocen”.

No fue hasta el 2008 que descubrió el tecno en las discotecas de Beirut. Fue su padre quien la convenció que estudiase ingeniería de sonido, en Jordania y Londres. “Él quería que fuera productora, compositora, música... acabé de dj”, ríe.

En el 2018, su sesión desde Ramala para Boiler Room, la plataforma de música electrónica más famosa del mundo, la propulsó a la escena internacional. Solicitada por los mejores clubs, vive en París. “Desde Ramala sería difícil hacer giras, tardo dos días solo en salir de aquí”.

Recibe constantemente ofertas para pinchar en Tel Aviv, incluso en algún asentamiento, que siempre rechaza. “Sería blanquear lo que Israel hace, fingir que todo está bien –razona–. Sí, la música puede curar heridas y conectar a la gente, pero solo cuando la guerra ha acabado. Hacer una rave juntos no romperá el bloqueo de Gaza, ni permitirá que los refugiados vuelvan, ni que el ejército israelí nos deje de atacar. Se lo explico a los israelíes bienintencionados que me escriben. Son sus impuestos los que pagan todo esto”.

Recibe muchas ofertas para pinchar en Israel, pero siempre las rechaza

Su sueño es hacer un festival de música electrónica en Cisjordania (en Gaza, bajo control islamista, es imposible), con 100.000 personas venidas de todo el mundo. “Entre otras cosas, para que vean con sus propios ojos lo que es la ocupación israelí. En el mundo del tecno, nadie sabe nada de Palestina”.

Un sueño al que no renuncia, pese a lo ocurrido en Nabi Musa, un caso que ha evidenciado las tensiones latentes en la sociedad palestina, desde la involución retrógrada y el avance de la religión, al resentimiento latente hacia las élites, de las cuales ella es un claro exponente.

“Palestina es diversa. Esa ha sido siempre nuestra fuerza –reivindica ella–. Yo no odio a la gente que me odia y ellos no deberían odiarme por ser quien soy. Los progresistas respetamos a los conservadores y a la gente religiosa, pero ellos también deben respetarnos a nosotros”.

Y un mensaje a los ultras: el tecno ha llegado a Palestina para quedarse. “ Me alegro de no haberme ido a París cuando ocurrió todo, si lo hubiese hecho quizá no podría haber vuelto. Nunca me iré de aquí”.