"Irán y el cierre del Estrecho de Ormuz: analizando los riesgos militares y energéticos", F. Arteaga & G. Escribano

Irán y el cierre del Estrecho de Ormuz: analizando los riesgos militares y energéticos (ARI)

Félix Arteaga y Gonzalo Escribano
ARI 5/2012 - 23/01/2012, realinstitutoelcano

Tema: La amenaza del cierre del Estrecho de Ormuz al tráfico de petróleo es la respuesta iraní a las sanciones que preparan EEUU y sus aliados para impedir que Irán se convierta en una potencia nuclear.

Resumen: EEUU y sus aliados están preparando nuevas sanciones que se añadan a las existentes para forzar al régimen de los ayatolás a abandonar su programa nuclear. En respuesta, los Guardianes de la Revolución aprovecharon sus maniobras de enero de 2012 para amenazar con cerrar el Estrecho si se aplican esas sanciones. Este ARI estudia los riesgos militares y los energéticos en una aproximación basada en las fuentes abiertas disponibles hasta el momento y que integra en dos escenarios. En un primer escenario, de tensión, Irán mantendría esa amenaza de corte como instrumento de presión en su enfrentamiento con las potencias occidentales y regionales. La inestabilidad duraría todo el tiempo –años– que queda para completarse o cancelarse el programa nuclear iraní y se podría traducir en demostraciones de fuerza o acciones encubiertas que no reducirían la oferta de crudo procedente del Golfo pero que elevarían su precio por encima del precio normal de mercado. En el segundo escenario, de enfrentamiento armado, cualquier intento de cerrar el Estrecho o perturbar el derecho de paso de los buques daría lugar a una rápida escalada militar para controlar el espacio naval y aéreo y restablecer el tránsito de petroleros. La duración de este escenario dependería de la magnitud del intento de cierre, desde unos días en caso de un bloqueo limitado seguido de una reacción rápida hasta semanas en caso que la reacción fuera tardía y el bloqueo total. El cierre y el enfrentamiento provocarían un salto inmediato en el precio del petróleo que se reduciría o se incrementaría en función de la evolución de las expectativas sobre el tiempo necesario para reabrir el Estrecho.

Análisis: EEUU y sus aliados sostienen un pulso con Irán para que desista de su intención de disponer de armas nucleares. Para evitarlo, se han ido sucediendo medidas de disuasión y de distensión que no han conseguido el efecto deseado. A las medidas diplomáticas siguieron los embargos de tecnología para evitar o retrasar el acceso a medios nucleares y tecnología de misiles y, también, aunque se desconoce su autoría, se han sucedido acciones encubiertas en los dos últimos años en suelo iraní que han causado la muerte de científicos o militares asociados al programa de enriquecimiento del uranio o al desarrollo de los misiles balísticos. En reciprocidad, Irán le ha puesto las cosas difíciles a EEUU y a sus vecinos del Golfo estos últimos años utilizando a los movimientos terroristas a los que subvenciona, a sus fuerzas especiales (quds) o a sus seguidores étnicos o religiosos, tal y como lo ha venido haciendo en Irak, Afganistán, Líbano, Arabia Saudí, Yemen y Bahrein, entre otros países. Viendo que el programa nuclear avanza de forma inexorable, el presidente Obama firmó a finales de 2011 nuevas medidas que penalizan la colaboración con empresas y bancos iraníes, incluido su Banco Central, y la UE está ultimando sanciones sobre sus exportaciones de petróleo. En respuesta, los Guardianes de la Revolución pusieron en marcha unas maniobras destinadas a preparar el cierre del Estrecho de Ormuz y amenazaron con bloquearlo en cualquier momento.

Las nuevas sanciones estadounidenses y la inminencia de las europeas, previstas primero para el 30 de enero y luego adelantadas al 23 para no hacerlas coincidir con un Consejo Europeo que quiere centrarse en la crisis de la eurozona, tensionaron inmediatamente el mercado del crudo. El precio del petróleo tipo Brent de referencia en Europa pasó de moverse en el nivel de los 108 dólares por barril a finales de diciembre de 2011 a tantear los 114 dólares en las primeras semanas de 2012 (a 16 de enero se situaba en el entorno de los 111 dólares), lejos de los máximos alcanzados por el conflicto libio a principios de abril de 2011 (casi 130 dólares) pero cerca de los existentes en septiembre tras la caída de Gadafi. El West Texas Intermediate (WTI), de referencia en EEUU, se situó a principios de enero en 104 dólares por barril, en máximos desde mayo de 2011, para luego descender hasta el entorno de los 100 dólares. Además, el descenso de las importaciones chinas de crudo iraní, que en enero se redujeron casi a la mitad –y que se prevé que sigan disminuyendo el próximo mes– ha provocado que algunas refinerías chinas se hayan empezado a abastecer de crudo del Mar del Norte, volviendo a hacer rentable el arbitraje entre Europa y Asia, con el probable aumento de los precios del crudo en los mercados asiáticos.

EEUU mantiene un enfrentamiento con el régimen de los ayatolás desde su nacimiento y en los últimos años se ha impuesto entre los dirigentes iraníes la percepción de que EEUU no desea normalizar sus relaciones con Irán sino cambiar un régimen teocrático e islamista por uno democrático y secular. Esta percepción se ha consolidado tras constatar que EEUU ha cambiado mediante la fuerza los regímenes de los talibán y de Sadam Hussein, así como el de Gadafi –tras renunciar éste a desarrollar su capacidad nuclear– mientras no ha podido hacerlo con el de Corea del Norte porque sí dispone de capacidad nuclear. Por otro lado, Irán sostiene un pulso geopolítico por la hegemonía regional con los gobiernos y comunidades suníes de la zona, pretende acabar con Israel y no ha conseguido erradicar el riesgo latente de los separatismos kurdos y baluchis. Por eso, el desarrollo del programa nuclear es vital para la supervivencia del régimen iraní, para que sus dirigentes puedan demostrar a su población que han sido capaces de convertir a Irán en una potencia nuclear contra todo y contra todos y para disuadir a sus rivales de cualquier tentación de cambio de régimen por la fuerza.

El creciente impacto de las sanciones comerciales y, sobre todo, su mala gestión económica, obligaron al régimen iraní a reducir abruptamente los subsidios a los combustibles y los alimentos en diciembre de 2010 para evitar una crisis fiscal. Los precios aumentaron de manera fuerte e inmediata, y el régimen hubo de silenciar a los medios de comunicación y realizar un despliegue importante de sus fuerzas de seguridad para controlar el descontento popular. Estas medidas acabaron con el último mecanismo de distribución de rentas del petróleo a la población iraní y, por tanto, con su ya escasa legitimación económica. Como resultado, se ha registrado un empobrecimiento social debido al desvío de recursos económicos a fines nucleares y militares, los problemas de suministro y la carestía de bienes y servicios básicos –que se agravarán aun más con las próximas sanciones–. No obstante, el régimen iraní se las ha arreglado bien para sobrellevar las sanciones comerciales y sacar adelante su programa nuclear, aunque todavía no se sabe cuál es el efecto real sobre el mismo de las sanciones comerciales ni el de las acciones encubiertas. También ha sabido suprimir cualquier oposición que pueda avivar los rescoldos de las movilizaciones del Movimiento Verde en 2009 o articular una versión chií de la “primavera árabe”, hasta el punto de que podría encontrarse sin oposición que concurra a las próximas elecciones de marzo.

En el bando contrario, EEUU y sus aliados europeos, las monarquías del Golfo e Israel se ven contra las cuerdas frente a un Irán camino de la bomba nuclear y han optado por decidido ampliar las sanciones a los flujos financieros y a las importaciones de petróleo, un tipo de sanciones mucho más efectivas pero que pueden conducir a situaciones indeseadas como un cierre del Estrecho que obligue a usar la fuerza contra Irán. Este riesgo, en un contexto de crisis económica y financiera internacional, y con los riesgos de recesión que afrontan los países europeos, causaría un choque de oferta difícil de asumir a corto plazo. La recuperación europea se ve dificultada por un nivel de precios actual por encima de los 100 dólares por barril, y aunque la crisis y los altos precios tienden a destruir la demanda occidental de energía, el precio no baja porque la demanda asiática sigue al alza (según la última previsión de la US Energy Information Administration, el consumo mundial de petróleo aumentará en 1,3 millones de barriles/día durante 2012 y en 1,5 millones en 2013 debido sobre todo al aumento de la demanda asiática). Con los fundamentales del mercado –demanda y oferta– ajustados, cualquier escalada de la tensión geopolítica en la zona puede tener efectos muy negativos sobre el precio del crudo y la economía mundial.

Además de la importante caída causada en su capacidad de producción y de exportación, las futuras sanciones podrían causar la paralización de buena parte de sus proyectos de exploración y producción de hidrocarburos, por ejemplo en el campo gasista de South Pars donde –hasta ahora– participan empresas europeas. También pondrán en riesgo el estatus de los Guardianes de la Revolución y su capacidad de influencia, ya que quienes más guardan la revolución son también quienes acaparan la mayor parte de sus beneficios económicos e industriales (su conglomerado económico incluye construcción, ingeniería, telecomunicaciones, energía, automoción y construcción naval, entre otras que la sitúan en influencia económica sólo por detrás de la Compañía Nacional de Petróleo y el Legado del Imán Reza) y quienes menos se han visto hasta ahora afectados por las sanciones. La amenaza iraní tiene que enmarcarse en un contexto donde los gobiernos llamados a aplicar nuevas sanciones están sopesando sus riesgos y oportunidades y parece más orientada a sembrar dudas y divisiones entre quienes piensan aplicar las sanciones que a materializarla. Sin embargo, una vez que las sanciones se adopten y, sobre todo, según cómo se adopten, los dirigentes iraníes podrían tomar en serio la opción de cierre del Estrecho.

Ormuz y el mercado mundial del petróleo
El estrecho de Ormuz es el principal cuello de botella (choke point) del comercio mundial de crudo. En 2011, cerca del 35% del petróleo transportado por rutas marítimas pasó por Ormuz, lo que constituye aproximadamente el 20% del comercio mundial de crudo. El tránsito ha aumentado con fuerza desde los 16 millones de barriles/día (mbd) en 2010 hasta alcanzar los 17 mbd en 2011. Este aumento es debido en su práctica totalidad al aumento de producción de Arabia Saudí y, en menor medida, de otros emiratos del Golfo para compensar la pérdida de producción libia en los mercados internacionales. Eso supone un tránsito medio por Ormuz de 14 petroleros cargados al día, y un número similar de buques vacíos en busca de carga. De ellos, unas dos terceras partes son superpetroleros de más de 150.000 toneladas, que por su estructura compartimentada y medidas de seguridad debidas al tipo de carga que transportan constituyen objetivos más resistentes y difíciles de dañar de lo que se suele pensar.

Mapa 1. El Estrecho de Ormuz y sus canales de navegación
 
Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki/Strait_of_Hormuz.

Como se puede ver en el Mapa 1, la parte más estrecha tiene 45 km y por ella existen dos canales de tránsito de 3,2 km de ancho con una zona de separación de igual medida entre ellos. El grueso de ese tránsito, más de un 85%, tiene como destino los mercados asiáticos, básicamente Japón, la India, China y Corea del Sur. Sin embargo, varios países europeos reciben una parte significativa de sus importaciones de crudo –y en el caso español, de gas– a través de rutas que transitan por Ormuz. En 2010, aproximadamente el 15% de las importaciones de crudo de la UE-27 y el 4% de las de gas transitaron por Ormuz. Para España, el papel estratégico del Estrecho es mayor que para el conjunto de la UE porque con datos de la Corporación de Reservas Estratégicas (CORES), España importó entre septiembre de 2010 y octubre de 2011 más del 35% de sus importaciones de crudo de los principales productores del Golfo (14,7% de Irán, 14% de Arabia Saudí y 6,4% de Irak). Las importaciones españolas de gas de Qatar representaron el 13% de las totales en ese mismo período y un 0,5% adicional provino de Omán.

El problema del cierre radica en que no existen rutas alternativas con capacidad suficiente para mantener abastecidos a los mercados (véase el Mapa 2). Arabia Saudí tiene un oleoducto que atraviesa el país de este a oeste (Petroline) que está operando casi al límite de su capacidad de unos 5 mbd. El crudo iraquí podría transportarse a través del oleoducto que une Kirkuk con el puerto mediterráneo de Ceyhan en Turquía, pero el oleoducto norte-sur iraquí está cerrado por las diferencias entre el gobierno kurdo y el gobierno central iraquí y es objeto de atentados insurgentes. Los otros tres oleoductos existentes están cerrados: el Tapline que une Arabia Saudí con Líbano (0,5 mbd), el Iraqi Pipeline across Saudi Arabia (IPSA) y el que conectaba el oleoducto norte-sur iraquí con Siria.

Mapa 2. Oleoductos alternativos al cierre del Estrecho de Ormuz

Fuente: www.eia.gov/cabs/world_oil_transit_chokepoints/images.

A corto plazo, no sería posible desviar el flujo energético a través de dichos oleoductos y sólo podrían liberarse las reservas estratégicas de los países miembros de la Agencia Internacional de la Energía, como ya ocurrió el verano de 2011 para reducir las tensiones del mercado del petróleo a causa de la interrupción de suministros libios. No obstante, ello sólo supondría una ayuda –limitada– si el bloqueo resultase parcial o la interrupción se limitara en el tiempo. Los países consumidores podían buscar suministradores alternativos, pero dada la fungibilidad del mercado del crudo y la importancia de los productores de la región, ello implicaría irremediablemente un fuerte aumento de precios, además de considerables problemas logísticos para la industria. A medio plazo se podría intentar reactivar el oleoducto IPSA y transportar algunas cantidades de crudo adicionales por el Petroline, aun cuando sólo representarían una fracción mínima de los 17 mbd en tránsito naval por el Estrecho, pero para reactivar o reparar algunas de las infraestructuras existentes o acelerar otros proyectos en curso habría que esperar a un plazo más largo (está prevista la apertura en mayo de 2012 de un nuevo oleoducto, el Abu Dhabi Crude Oil Pipeline, que llevaría el petróleo hasta el puerto omaní de Fujariah).

Quienes no creen que Irán llegue a cerrar el Estrecho lo argumentan en el elevado coste que le representaría, tanto por los ingresos que dejaría de recibir como por el desabastecimiento marítimo o el coste económico asociado a la destrucción de infraestructuras en una confrontación militar. Sin embargo, las nuevas sanciones pueden alterar drásticamente esa lógica porque si se aplican de forma inmediata, inflexible y completa, Irán tampoco podría realizar sus exportaciones e importaciones como hasta ahora, por lo que las sanciones pueden reducir los incentivos para mantener abierto el Estrecho. Parece que las sanciones aprobadas por EEUU incorporan cierta flexibilidad, dando seis meses a los países y empresas afectadas para reajustar su cadena de suministros. También contemplan excepciones cuando éstas se argumenten en términos de seguridad energética, además del waiver con que cuenta el presidente por razones de seguridad nacional. La discusión en Europa parece reflejar también preferencias disímiles por parte de los Estados miembros en función del peso de sus importaciones de crudo iraní. Resulta difícil pensar que el embargo petrolero decretado por la UE vaya a ser inmediato y total en su aplicación, y ya se manejan plazos de seis meses para aplicarlo. Tampoco parece que los importadores asiáticos vayan a prescindir totalmente de Irán como fuente de suministros. El margen de actuación entre el statu quo previo, con unas sanciones que hasta hace poco apenas han afectado económicamente al país en comparación con los errores de política económica del régimen y su mala gestión, y un embargo y bloqueo completos es suficientemente amplio como para calibrar y modular bien los incentivos, evitando errores de cálculo difíciles de revertir. Una aplicación gradual y flexible de las sanciones, que aumente su coste progresivamente sin llegar a impedir la obtención por parte de Irán de unos ingresos mínimos, reduce el incentivo de un bloqueo de Ormuz al ser su coste relativo mayor que el de unas sanciones menos restrictivas.

Preparando el cierre: la apuesta iraní por la estrategia de combate asimétrica
La amenaza de cerrar el Estrecho es una práctica habitual del régimen iraní desde la época de los años 80 y ha recurrido a ella cada vez que ha sido objeto de presión internacional, tanto por su apoyo al terrorismo internacional en los 90 como por su programa nuclear en la última década. A diferencia de entonces, Irán cuenta ahora con capacidad militar para denegar el tránsito por el canal, al menos temporalmente. La configuración actual de la estructura de fuerzas navales iraníes obedece a las lecciones aprendidas del pasado cuando EEUU se hizo cargo de la protección de los petroleros kuwaitíes durante el conflicto irano-iraquí (la tankers war de 1987-1988). Su enfoque simétrico, tratando de combatir como los estadounidenses, demostró ser un fracaso cuando EEUU puso en marcha la operación “Mantis Religiosa” en abril de 1988 como represalia por la colocación de minas iraníes en el estrecho. La operación tuvo una fase anfibia de asalto sobre las instalaciones militares iraníes costeras e insulares y una fase de combate aeronaval que acabó con la destrucción de varios buques iraníes sin que las fuerzas estadounidenses se vieran afectadas por los misiles y torpedos lanzados contra ellas. Por el contrario, el enfoque asimétrico ensayado entonces –emplear unidades ligeras y minas contra las fuerzas convencionales estadounidenses– dio mejores resultados (las minas empleadas ralentizaron el tránsito naval, dañaron a petroleros e, incluso, a la fragata USS Samuel B. Roberts) aunque no fue suficiente para garantizar el cierre del Estrecho. La evidencia de la inferioridad iraní llevó a sus dirigentes a poner en marcha un programa de reestructuración asimétrica destinado a reforzar las capacidades contra buques, reforzar las defensas costeras y multiplicar las plataformas de actuación sobre el Estrecho para infligir el mayor daño posible a la Armada estadounidense en lugar de pretender combatir con ella.

Irán ha sustituido los misiles anti-buque Harpoon de origen estadounidense por los Yingyi-82 (C-802) chinos, menos vulnerables que aquellos a las medidas electrónicas y a la interceptación, además de producir sus propios misiles cuya cantidad o calidad no se conoce exactamente pero que respaldan sus amenazas (las últimas maniobras en el Estrecho en enero de 2012 sirvieron para presentar a varios tipos de misiles y equipos de tecnología propia o bajo licencia). También ha multiplicado el número de lanchas rápidas y de plataformas desde las que se puede sembrar minas o atacar a las unidades navales aprovechándose de su cantidad para aumentar sus posibilidades de éxito. Finalmente, las fuerzas se han desplegado sobre las bases y plataformas más próximas al Estrecho, incluyendo la ocupación de algunos islotes sobre el canal (Irán ocupó en 1992 las tres pequeñas islas de Abu Musa, Tung as Sughra y Tunb al Kubra, estratégicamente situadas a ambos lados de los canales de acceso, una ocupación a la que los Emiratos Árabes Unidos –EAU– sólo han reaccionado por vías diplomática y jurídicas) y se han reforzado las guarniciones, fortificado y artillado las instalaciones y mejorado la coordinación de las operaciones de ambas marinas con un nuevo sistema de mando y control.

Irán cuenta con dos marinas unidas bajo el control de los Guardianes de la Revolución: la tradicional Marina de la República Árabe Islámica (MRAI) y el Cuerpo de Marina de la Guardia Revolucionaria Islámica (CMGRI). La primera cuenta con unos 20.000 miembros, incluidos 5.000 marines, y equipo poco avanzado distribuido en mueve bases. Disponen de corbetas anticuadas y un centenar de buques rápidos de distinta configuración armados con misiles chinos anti-buque (CSS-N-4) de una generación anterior a los Yingji-82 (C-802) de los que disponen la CMGRI y otros tipos de misiles anti-buque más antiguos. Operan los submarinos iraníes: tres convencionales de origen ruso, 12 submarinos de bolsillo de patente norcoreana y ocho capaces de colocar minas y fuerzas de operaciones especiales.

Por su parte, el CMGRI cuenta con unos 20.000 miembros, de ellos 5.000 marines, y dispone de unos 40 patrulleros rápidos de armados con misiles anti-buque de distintos tipos incluidos los más avanzado (C-802), junto a otras 50 lanchas rápidas de fabricación nacional, china y norcoreana armadas con gran diversidad de sistemas anti-buque, así como varios centenares de embarcaciones ligeras. El CMGRI dispone de mayor capacidad de fuego y medios más avanzados que la MRAI, incluidas sus propias baterías de misiles (unas 12-18 con unos 200-300 misiles CSS-C-3 de 100 km de alcance) y su despliegue está centrado en el Estrecho, donde operan desde la base de Band-e-Abass y las islas de Abu Musa, Sirri y Larak, lo que les coloca en primera línea de cualquier operación de bloqueo del Estrecho, tanto para colocar minas sobre los canales de paso, incluidas minas de proximidad y acústicas, como para atacar los buques petroleros, a sus escoltas o a los que participen en la limpieza de minas.

Irán dispone de la suficiente variedad y cantidad de medios para denegar el tránsito –al menos temporalmente– para lo que sólo tiene que colocar minas sobre los canales de paso del Estrecho o frente a los puertos de carga del Golfo. Puede hacerlo desde prácticamente cualquier tipo de buques a submarinos pasando por buceadores, con lo que sería difícil evitar su colocación inicial y posterior. Tampoco necesita bloquear el tránsito completamente, porque le bastaría colocar algunas minas para perturbarlo, obligando a operaciones de limpieza y ralentizar el tránsito de buques. También podría disparar algún misil sobre cualquier buque en tránsito o provocar un incidente que afectara a la seguridad marítima. Lo anterior sería suficiente para disparar los precios del petróleo y subir el coste de seguros y transportes al menos hasta que se volviera a reabrir con garantías. No obstante, para causar efectos similares le bastaría amenazar con hacerlo, lo que genera dos escenarios de desestabilización y de enfrentamiento según exista una amenaza creíble o la constatación del cierre, respectivamente.

Escenario de desestabilización y tensión
En el primero escenario, de desestabilización, Irán mantendría la amenaza de corte, realizaría acciones o gestos destinados a reforzar la credibilidad de su amenaza para evitar las sanciones o para castigar a quienes las apoyaran. En función de la evolución de las sanciones o de la situación interna y regional, Irán podría recurrir a maniobras, demostraciones de fuerza, sabotajes, acciones irregulares o encubiertas, actuar directamente o mediante terceros y manejar la escalada de la tensión de forma ambigua para dificultar la respuesta a la misma de los afectados. Este tipo de actuaciones se prolongaría en el tiempo mientras dure el pulso entre la consecución del programa nuclear y las sanciones para evitarlo, un escenario que duraría años y que terminaría cuando las sanciones colocaran al régimen de los ayatolás en una situación insostenible o fracasaran en su aplicación. En el primer caso –y teniendo poco que perder– Irán podría aventurarse a materializar su amenaza, mientras que en el segundo se desmovilizaría la presión internacional sobre Teherán. Para desestabilizar el mercado de petróleo y la economía internacional, Irán puede articular una estrategia de propaganda y de actuación que le permita mantener la credibilidad de su amenaza y la ambigüedad sobre sus intenciones.

En el plano militar, la respuesta no puede ser otra que reforzar el despliegue militar en la zona para prevenir el cierre y preposicionar los medios necesarios para su limpieza y reapertura. De momento, EEUU ha duplicado el número de grupos de combate en la zona y contará con cuatro para esas funciones, pero deberá completar el poder aeronaval con la incorporación de unidades navales contra minas que están ubicadas a semanas de navegación tanto de las costas estadounidenses como de las de sus aliados con esos medios. El despliegue demostraría a Irán la credibilidad de una respuesta militar y reduciría las posibilidades de éxito de un cierre anunciado pero su presencia multiplicaría las posibilidades de un enfrentamiento o accidente que pudiera poner en marcha la escalada. Sin embargo, las unidades navales deben preservarse a distancia para evitar convertirse en blancos fáciles (siguiendo la suerte de la corbeta israelí hundida por Hezbolá en 2006 frente a las costas de Líbano).

En el plano energético, este escenario mantendría el patrón creado en enero de 2012, situando el precio del petróleo por encima del precio normal de mercado y la variación de la oferta dependería de la eficacia y alcance de las sanciones sobre la exportación iraní y de la capacidad de los países del Golfo para compensar la disminución iraní. Unas sanciones flexibles y graduales como las que se manejan podrían gestionarse por el sector petrolero con cierta facilidad, pero a condición de que la capacidad ociosa de Arabia Saudí se llevase a límites inexplorados hasta la fecha. Los más de 2 mbd exportados por Irán son en su mayoría crudo pesado, de sustitución relativamente fácil por petróleo saudí, a diferencia de lo ocurrido con el crudo ligero libio, pero sería complicado que Arabia Saudí compensase íntegramente la salida del mercado del tercer mayor exportador mundial de crudo. Los mercados permanecerían tensionados por el aumento de la prima de riesgo geopolítico, pero los precios podrían no ir mucho más allá de lo visto en 2011.

Anunciar la disposición a liberar reservas estratégicas por parte de la Agencia Internacional de la Energía y, en su caso, llevarla a cabo como se hizo en el verano de 2011 para mitigar el impacto de la crisis libia, podría ayudar a relajar los mercados. En paralelo, se podrían adoptar medidas a medio plazo para diversificar la ruta de Ormuz y presionar a Irán. Probablemente, la opción de menor coste y tiempo sería complementar la capacidad del oleoducto en construcción a través de Emiratos que, además, optimiza la diversificación de las rutas destinadas a Asia. Lo mismo se podría hacer con el oleoducto Petroline aunque su rendimiento depende de la capacidad del canal de Suez y del oleoducto Suez-Mediterráneo (Sumed), en el caso de los corredores destinados a Europa, o de los costes de reconducir el cargamento hacia los mercados asiáticos del Mar Rojo al Golfo de Adén a través de otro choke point: Bab el Mandeb.

Escenario de enfrentamiento y escalada
Si se produce un intento deliberado de cierre, el escenario cambiaría a uno de enfrentamiento armado cuya intensidad y duración dependería de varios factores que se analizan a continuación, pero que representarían un salto cualitativo en las repercusiones militares y energéticas. En líneas generales, cualquier intento de cerrar el Estrecho o perturbar el derecho de paso de los buques daría lugar a una rápida escalada militar para controlar el espacio naval y aéreo y restablecer el tránsito de petroleros. La duración de este escenario dependería de la magnitud del cierre, desde unos días en caso de un bloqueo limitado seguido de una reacción rápida hasta semanas en caso que la reacción fuera tardía y el bloqueo total. El cierre y el enfrentamiento provocarían un salto inmediato en el precio del petróleo que se reduciría o se incrementaría en función del tiempo necesario para reabrir el Estrecho.

En el plano militar hay que resaltar la rapidez en la escalada militar motivada tanto por la necesidad de evitar el cierre como por la tensión acumulada en el escenario anterior (por no añadir la posibilidad de que Israel o EEUU aprovechen la ocasión para atacar instalaciones nucleares iraníes). Cualquier acción iraní encaminada al cierre desencadenaría la respuesta de las fuerzas estadounidenses desplegadas y vigilantes para evitar que Irán pudiera realizar un minado intensivo y prolongado y porque su inhibición se interpretaría por los dirigentes iraníes como un signo de debilidad –una debilidad que han visto en su retirada iraquí y afgana– por lo que se verían incentivados para subir el nivel de sus provocaciones.

EEUU corre ahora mayores riesgos para desplegar sus grandes unidades, ya que los Guardianes de la Revolución (el CMGRI) pueden llevar a cabo ataques simultáneos de muchas unidades navales pequeñas y veloces o disparar misiles anti-buque, por lo que tendría que atacar las bases e instalaciones militares, los sistema de mando y control y los radares, algo para lo que ahora cuentan con más inteligencia, fuerzas especiales y medios no tripulados que en el pasado. Las acciones aeronavales sobre esas instalaciones son necesarias tanto para evitar nuevos minados como para proceder al desminado, sin que se pueda descartar la ocupación de algunos de los de los islotes estratégicos sobre el Estrecho. Para ello han estado conduciendo juegos de guerra durante los últimos años y han realizado ejercicios –las maniobras Arabian Gauntlet–con sus aliados árabes en la zona y con potencias occidentales como el Reino Unido, Francia y Australia según los años, destinadas a mejorar la capacidad de prevención y respuesta frente a acciones de cierre de estrecho dentro de operaciones de seguridad marítima.

EEUU también podría anticiparse a cualquier minado una vez que sus medios de inteligencia detectaran los preparativos iraníes al efecto. EEUU podría actuar sobre instalaciones portuarias en la zona, evitando que salieran sus buques o destruyéndoles junto con las instalaciones de radar para evitar el minado del canal o el lanzamiento de misiles. Sin embargo, parece poco probable que EEUU vaya a realizar este tipo de ataque anticipatorio porque aunque existiera la amenaza de cierre inminente, usar la fuerza primero reforzaría el victimismo y la propaganda iraníes, debilitaría la oposición interna y generaría simpatías externas al discurso iraní de resistencia contra una agresión imperialista, además de indisponer a China, la India y Rusia, entre otros, contra EEUU. En este escenario sin escalada, donde el enfrentamiento no pasa de la provocación y su respuesta, el período comprendido entre la detección del inicio del minado y la anulación de las capacidades de defensa anti-buque podría durar –según las estimaciones disponibles en fuentes abiertas– días, si el minado es limitado y el desminado selectivo (abriendo un canal de paso o Q-route), y hasta un mes si el minado es significativo y el desminado exhaustivo (eliminando todas las minas).

Si las dos partes reproducen el patrón de comportamiento del pasado, su comportamiento será contenido y progresivo para evitar la escalada. Pero en un contexto de tensión como el actual, la escalada se puede producir deliberadamente, siguiendo una estrategia controlada, o de forma involuntaria, por un error de cálculo, una imprudencia (dado el nivel de fanatismo y animosidad de los pasdaran del CGRMI) o por una concatenación de sucesos. El escenario de escalada comprende tanto la reiteración del escenario anterior en un ciclo continuado de provocaciones y respuestas como el salto a nuevas medidas y contramedidas de mayor intensidad militar. Irán podría escalar recurriendo a una estrategia de cierre intermitente, retrocediendo cada vez que se le opongan medios militares, para volver a intentarlo apenas se hayan retirado del escenario esas capacidades. Pero esa estrategia justificaría una escalada de EEUU hacia objetivos más estratégicos y menos tácticos para mantener su credibilidad, incluso imponiendo un embargo naval a Irán y una zona de exclusión aérea para proteger el tránsito por el Estrecho.

Como se ha visto en Libia, EEUU tiene capacidad para iniciar una escalada pero si se prolonga necesitaría organizar una coalición sobre la marcha que le apoyara y buscar la legitimación internacional de la escalada. En ella podría participar los países árabes del Golfo si son atacados directamente por Irán pero es poco probable que lo hagan sin una provocación mayor aquellos países que, como Arabia Saudí, son vulnerables a la subversión iraní en sus territorios. Otros socios potenciales son el Reino Unido y Francia, que tienen presencia en la zona y acuerdos de colaboración bilateral con algunos países del Golfo pero no parece que pudieran justificar una intervención militar para defender la seguridad energética del Estrecho salvo que fueran objeto de un grave ataque o que el coste del cierre movilizara a sus gobiernos y opiniones públicas. Ese ataque, otros o un agravamiento de la crisis económica podrían llevar a esos aliados y a EEUU a utilizar a la OTAN en “modo libio”para una intervención internacional amparada en la ilegalidad del cierre de los estrechos. La participación de los países europeos sería más probable en la medida que se participara en las sanciones, ya que tendrían que asumir su cuota de solidaridad en el coste militar de sus decisiones.

En esta situación, y anulada la capacidad iraní para cerrar el estrecho por la fuerza, el régimen de los ayatolás podría –también en “modo libio”– intentar atrapar a las fuerzas de la coalición en una guerra de desgaste o en una operación aeronaval de exclusión prolongada en el tiempo. También podría movilizar su influencia sobre Hezbolá o Hamás para abrir un conflicto con Israel o a sus seguidores chiíes para desestabilizar gobiernos como los de Yemen, Bahrein o Arabia Saudí, pero al igual que las sanciones económicas, las acciones subversivas tardan en producir resultados y, mientras tanto, sirven para legitimar a quienes las padecen. Por el contrario, parece que no va a poder seguir presionando directamente a EEUU con su apoyo a las insurgencias iraquí y afgana como hasta ahora, una vez que se ha producido la salida americana de Irak y está anunciada la retirada de Afganistán.

No resulta fácil predecir el impacto energético de un escenario con tantas combinaciones posibles de escalada militar. Una escalada de ese tipo provocaría, sin duda, una gran convulsión en los mercados internacionales de crudo, proporcional a su alcance, intensidad, duración y, sobre todo, a sus resultados. Pero si se produjese un intento de cierre creíble, o si se produjese una perturbación del tránsito, la prima de riesgo geopolítico aumentaría con fuerza. Por no hablar del impacto sobre los precios que tendría una escalada que afectara a la estabilidad interna de Arabia Saudí o Irak.

Un cierre efectivo dispararía los precios y todas las predicciones aportadas por los gurús del sector: 150, 175 o 200 dólares no son más que especulaciones porque el precio real del barril dependería del tiempo necesario para reabrir el Estrecho y de la evolución de las acciones militares. La liberación rápida y en cantidad de reservas estratégicas por la Agencia Internacional de la Energía debería ser acompañada de medidas similares concertadas previamente con otros consumidores como China y la India. En el supuesto de que la reapertura fuera rápida, el impacto del shock de oferta sería temporal y podría gestionarse por el conjunto del sector y el recurso a las reservas estratégicas. Si tras la reapertura persistiera el riesgo de cierre, entonces se volvería a la situación descrita en el escenario de tensión, con un sobreprecio debido a esa probabilidad y al aumento del coste del tránsito en seguros y fletes.

Conclusiones: El cierre del Estrecho puede mantenerse dentro del escenario actual –más factible– de tensión aunque también puede derivar en otro más peligroso –pero menos probable– de enfrentamiento. Ambos tienen efectos militares y energéticos de importancia, pero los actores disponen también de instrumentos para modular su evolución. En ambos escenarios pierden todas las partes enfrentadas, por lo que se debería sopesar bien los riesgos de una escalada hacia el escenario de enfrentamiento armado.

Si Irán fuera un actor simétrico a los occidentales tendría en cuenta el coste económico de sus iniciativas, pero el régimen iraní se enfrenta a su propia supervivencia y manejará la escalada según evolucionen sus posibilidades de sobrevivir. Sus cálculos se establecerán sobre la repercusión interna y externa de sus iniciativas, por lo que hará todo lo posible por preservar su narrativa victimista de conspiración imperialista-sionista-suní y su discurso nacionalista de soberanía y orgullo frente a los agresores. Controlando los medios de comunicación, puede reforzar esa narrativa hacia dentro, pero sus acciones pueden acelerar una conjunción de todos los enemigos a los que se está enfrentando por separado que podría ser fatal para el régimen de los ayatolás.

Hasta ahora, los mercados parecen confiar en que las probabilidades de cierre del Estrecho de Ormuz son limitadas, en que Irán se comportará como un actor racional y en que EEUU y sus aliados serán capaces de mantener el Estrecho abierto. Han acusado la inestabilidad creada por las amenazas de cierre pero se preocupan más por las posibles reducciones de las exportaciones de crudo iraní debido a las sanciones. Por eso resulta crucial la forma en la que se aplican las mismas, ya que una modulación y secuencia inapropiadas privarían a Irán de los incentivos necesarios para mantener abierto el Estrecho y facilitarían su paso de una estrategia de tensión a una de enfrentamiento armado. Los márgenes de cálculo se están estrechando para el régimen de los ayatolás y resulta difícil conocer cuando se producirá el punto de ruptura con el escenario actual, por lo que es necesario evaluar con atención cómo se deben aplicar las sanciones y prever los mecanismos energéticos necesarios para minimizar el impacto de una perturbación del tráfico por el Estrecho de Ormuz.

Félix Arteaga
Investigador principal, Seguridad y Defensa, Real Instituto Elcano

Gonzalo Escribano
Investigador principal, Energía, Real Instituto Elcano