85.- El problema de la soberanía; Harold J. Laski; 2-III-20

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"... Es pura ingenuidad el imaginar que el Estado tiene un poder que está al margen de la voluntad de sus miembros. Porque el Estado es ...simplemente ...una organización voluntaria, y su rasgo esencial consiste en su dependencia final de las voluntades constitutivas que hacen la voluntad del grupo ..." (p. 20)

"... Una de las curiosidades del pensamiento político es el hecho de que, justamente, la insistencia de la Iglesia medieval, para conseguir la unidad de sumisión, habría conducido a la Reforma; pero su consecuencia habría sido la creación de un mecanismo que postulaba derechos no menos fuertes que los de su predecesor. . El Estado, como la Iglesia de los siglos precedentes, se declaró en contra del individuo y negó la validez de otras devociones humanas frente a los deberes que impone la existencia del Estado ..." (p. 50)

I és que

"... el genio de las abstracciones políticas quizá no forme parte de la herencia inglesa ..." (p. 106)

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Legalidad y legitimidad en la Teoría del Estado de Harold J. Laski

Autor: José López Hernández
Páginas: 101-138
ÍNDICE
Contenidos
  • 1. Planteamiento del problema.
  • 2. Crítica al concepto de soberanía.
  • 3. Soberanía y derechos: legalidad y legitimidad.
    • 3.1. Los fines del Estado.
    • 3.2. La soberanía.
    • 3.3. Los derechos.
    • 3.4. La autoridad.
  • 4. El estado en la práctica, real y legítimo.
  • 5. Conclusión.
  • Bibliografía.
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1. Planteamiento del problema

Los temas de la legalidad y la legitimidad son centrales en la teoría del Estado. Ambos conceptos están presentes en la reflexión filosófica desde la antigüedad, pero en sentido estricto el tema de la legalidad se plantea en las teorías modernas del Estado (Bodino, Hobbes) y el de la legitimidad, aunque el término pro-cede del derecho romano, encuentra su verdadero desarrollo en el pensamiento político moderno (Locke, Rousseau) y culmina con un amplio debate en las primeras décadas del siglo XX (Weber, Schmitt, etc.)1.

Harold J. Laski2no participó directamente en esta polémica, ni empleó el término “legitimidad” de forma específica en

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sus escritos teóricos. Pero, en cambio, desarrolló una teoría del Estado en la que relacionaba estrechamente la legalidad con la legitimidad, sosteniendo que la legitimidad del poder soberano para hacer y aplicar leyes dependía del consentimiento de los ciudadanos.

Esta tesis se aloja en el núcleo de la teoría del Estado de Laski, lo cual nos obliga a analizar con detalle las grandes líneas de dicha teoría. Al hacerlo descubrimos dos ejes fundamentales: 1) Laski somete a crítica el concepto de soberanía desde el punto de vista teórico, trazando la genealogía de dicho concepto, y desde el punto de vista práctico, sometiendo la tesis de la soberanía a la prueba de los hechos, que la niegan. 2) Laski hace una crítica de las concepciones políticas modernas a causa de su idealismo y formalismo, adopta una visión pragmatista del Estado e introduce el factor económico, con su secuela de la lucha de clases, como un elemento sin el cual no es posible entender la acción real del Estado en cada momento histórico. Siguiendo estos dos grandes ejes hallamos en Laski una teoría del Estado novedosa para su época, que trata de renovar la tradición liberal, individualista y pluralista a través del reforzamiento de la democracia política. Esto lo hace poniendo a prueba y enfrentando la teoría clásica liberal con los nuevos hechos históricos y en especial con la desigualdad generada por el sistema económico capitalista, basado en la propiedad de los medios de producción. Su teoría, olvidada durante mucho tiempo, tiene hoy un renovado interés por la similitud que existe entre los problemas actuales y los de aquella época: concretamente, la gran recesión económica que se vive en Europa y la exigen-

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cia radical de democracia manifestada hoy por grandes masas de población en todo el mundo.

Como hemos dicho, los conceptos de legalidad y legitimidad, y su relación dentro de la teoría del Estado, los desarrolla Laski centrándose en el concepto de soberanía, que es sometido a una crítica profunda. Uno de los resultados de dicha crítica es precisamente que la soberanía estatal no es real si no incluye el factor de la legitimidad; es decir, la legalidad que emana del poder soberano no tiene validez si las leyes que se producen y aplican no obtienen el consentimiento y la obediencia de los ciudadanos.

El pensamiento político de Laski pasó por tres etapas: en cada una de ellas aborda la cuestión de la soberanía y sus componentes principales, legalidad y legitimidad, de manera progresiva. 1) En la primera, partiendo de una posición liberal y pluralista en lo político y basándose en los hechos históricos, critica y niega la soberanía del Estado contemporáneo (1917-1921). 2) En un segundo momento recupera la concepción del Estado como la organización superior de poder que coordina al resto de grupos de la sociedad; le reconoce la soberanía, pero entendiéndola como una legalidad legítima o como un poder que tiene como fin exclusivo el promover y proteger los derechos de los individuos (1925-1930). 3) En su última etapa contrasta la teoría del Estado con la práctica real de los gobiernos en la época actual, introduciendo como factor clave el peso del sistema económico en las decisiones políticas (la división de la sociedad en clases) y desmontando así los postulados de las teorías clásicas del Estado y del derecho (1930-1950)3.

Antes de entrar en cada una de estas etapas hay que hacer dos observaciones de carácter general. La concepción política de Las-

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ki, concretamente su visión del Estado, se encuadra dentro del realismo político, pues considera el Estado como un hecho histó-rico, una asociación de individuos creada para alcanzar unos fines y realizar ciertas funciones, comparando en todo momento la realidad de esa asociación, que ocupa una posición preeminente, con la de otros grupos sociales, como las iglesias, los sindicatos, etc. Sin embargo, no se trata de un realismo puro, al estilo de Maquiavelo o Hobbes, sino matizado por una orientación pragmatista, que trata de probar la verdad de sus aserciones en función de los resultados empíricos4. Por eso emplea un método empirista, basado en los hechos históricos y sociales; se basa en estos hechos para poder redefinir adecuadamente los conceptos y desarrollar sus hipótesis5.

2. Crítica al concepto de soberanía

Laski publica en 1917 una serie de ensayos con el título Studies on the Problem of Sovereignty. En ellos analiza el origen del Estado moderno como resultado de la transferencia del poder supremo desde el ámbito religioso (Iglesia) hacia el ámbito secular (monarcas). Como prueba de ello vemos que hasta el siglo XIX se producen enfrentamientos entre las autoridades religiosas y los gobiernos nacionales por el predominio o la independencia de cada uno de ellos dentro de sus respectivos ámbitos. Después Laski se pregunta si el concepto de soberanía se puede aplicar hoy con propiedad al Estado, una vez que han desaparecido los regímenes absolutistas. Por otro lado, la sociedad actual está compuesta por múltiples grupos o asociaciones de individuos: familia, pueblo, ciudad, iglesias, sindicatos, clubes, corporaciones, universidades, etc. Es decir, la sociedad hoy es pluralista, los individuos se asocian

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en diferentes grupos a lo largo de su vida y, por consiguiente, no se puede imponer una teoría monista del Estado sin desfigurar la realidad. Así pues, Laski, siguiendo la concepción pluralista de Maitland, Figgis y otros, combate la concepción monista del Estado de Hegel y de los idealistas, tratando de probar la irrealidad del concepto de soberanía, tanto en este como en sus escritos posteriores hasta 1921.

Según la teoría monista, el Estado moderno es concebido como una unidad que absorbe a todos los grupos que hay dentro de su ámbito y está dotado de un poder pleno, absoluto, superior a todos los demás, conocido con el nombre de soberanía. El Estado impone el orden reduciendo la pluralidad social a la unidad estatal. Los individuos son en primer lugar partes del Estado y solo de manera secundaria forman parte también de otros grupos: católicos, protestantes, ricos, pobres, republicanos o demócratas. Todas las partes del Estado están dispuestas de tal manera que contribuyan a hacer del conjunto un todo armonioso6. Esta teoría implica que el Estado es en sí mismo una entidad unitaria, un todo con atributos, como ser bueno o malo, tener voluntad y proponerse fines. En segundo lugar, el Estado es soberano, tiene un poder superior a todos en la sociedad; este poder se manifiesta ante todo como legalidad, como poder absoluto para hacer leyes y aplicarlas7. Y en tercer lugar, la voluntad del Estado tiene preeminencia moral. Así se desprende de la teoría de la voluntad general expuesta por Rousseau. Esta voluntad es siempre correcta, aunque luego sean los órganos del Estado los que tienen que interpretarla.

Laski resume la concepción monista citando a Wallas y diciendo que el Estado es simplemente “una organización de la voluntad, cuyo rasgo esencial es su dependencia última de las voluntades constituyentes, a partir de las cuales se forma la voluntad del

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grupo”8. Sobre esta descripción vierte Laski su crítica a la teoría de la soberanía.

En primer lugar, sobre el rasgo de la unidad rechaza que el Estado sea a priori un todo unificado anterior a las partes. “Las partes son tan reales y autosuficientes como el todo” –afirma–. El método empírico exige conocer primero las partes para conocer después el todo; la pluralidad es anterior a la unidad. El Estado es, según W. James, “distributivo y no colectivo”; no hay conexiones esenciales en él9. Las voluntades de los individuos son anteriores a la voluntad del Estado. Y los fines del Estado no son más amplios que los de cualquier otra organización, como los fines de las iglesias, los sindicatos, etc. También es discutible y ficticia la personalidad del Estado, mientras que la personalidad de los individuos y los grupos es real. Y, sobre todo, no se puede probar que el Estado posea una voluntad general: si existe esa voluntad, ¿cómo se manifiesta10. En resumen, el Estado depende de sus partes y no al revés. La teoría pluralista resuelve todas estas dificultades, al afirmar que primero existen los individuos, que estos crean sus propias asociaciones y que una de ellas, junto a las otras, es el Estado. Cada asociación, incluido el Estado, se forma con las voluntades de sus miembros, se propone unos fines y los realiza en mayor o menor medida, impone unas reglas a sus miembros con el consentimiento de los mismos y estos las cumplen o sufren la sanción prevista en ellas. La teoría pluralista se basa en la experiencia11. La experiencia nos dice que no es lo mismo la fuerza que el derecho, ni la una implica a lo otro. Que el Estado tenga una fuerza inmensa no le otorga el derecho a ser la asociación suprema, preeminente y unitaria de toda la sociedad. Por tanto, hay

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que distinguir entre fuerza y...

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