"La doble soledad", Joana Bonet

A primera vista parece una noticia excelente: las españolas, junto con las francesas, tienen la esperanza de vida más alta de Europa, 83,3 años. Pero la promesa de una vida larga se estrella contra un hecho bien real: el 84% de estas mujeres, mayores de 65 años, vive con 480 euros al mes (tras la reciente subida de… 30 euros), o sea, en el umbral de la pobreza. Para ellas, hasta ahora, poco ha contado la ley de Igualdad. Los jubilados que cotizaron sus pensiones a través de una empresa cobran hasta casi el doble más que quienes trabajaron igualmente pero en casa. Las funciones que desempeñaban se reparten hoy entre limpiadoras, enfermeras, cocineras, cuidadoras de niños… Incansables y sufridas, un día creyeron que la vida sería más sencilla según avanzara, pero se equivocaron. La casa y sus ollas, lavadoras, bañeras, mocos y risas, enmudecieron de repente. Y ellas empezaron a sentirse inservibles, pura arqueología referencial dentro de la familia. En la extraña compañía del silencio.

La pensión de viudedad es el único ingreso para el 70% de los dos millones y medio de viudas españolas (por cada viudo, hay 4,7 viudas). A diferencia de los ex ministros, que pueden cobrar del erario público hasta por partida triple, como es el caso de Pedro Solbes -13.404 euros al mes, como diputado, ex ministro y ex parlamentario europeo-, aquellas que fueron autónomas no pueden disfrutar de la totalidad de ambas pensiones. Un real decreto de 1767 concedía a viudas y ciegos la exclusividad de la distribución de gacetas e impresos baratos. La comparación resulta hoy escalofriante, aunque por otro lado ayuda a comprender lo que suponía la viudez.

"Nunca fui la que quise ser, pero siempre pensé que todo se podía aprovechar", tal vez se dijera la madre de Song Dong, un artista chino que, hasta septiembre, expone en el MoMA de Nueva York la instalación Waste not (No malgastéis), traducción del dicho wu jin qi yong.Fiel a ese pensamiento, azuzado por la inestabilidad política de su país y la escasez de bienes materiales, la señora Dong fue acumulando enseres de todo tipo a lo largo de cincuenta años. Cuando se quedó viuda, congelada de tristeza, su hijo le propuso lograr que todo aquello al fin sirviera para algo. Y así montó una casa sin paredes donde se exponen barreños, llaves oxidadas, medicamentos caducados, mandos de televisión, envases de huevos… Una sobredosis de cotidianidad, dispuesta en una organizada representación del síndrome de Diógenes, que palpa el miedo a lo precario. También a la soledad y a la muerte. A comienzos de este año la madre de Song Dong murió sin ver su obra expuesta.

Es sorprendente que la situación de tantas viudas -que deben añadir al desamparo emocional y económico la ausencia de reconocimiento social- resulte tan invisible. Es sorprendente, porque se trata de nuestras madres.

29-VI-09, Joana Bonet, lavanguardia