majoria parlamentària nacionalista estable a Còrsega

Óscar Caballero, París. Servicio especial

03/12/2017 02:17 | Actualizado a 03/12/2017 10:17

En el galimatías de acrónimos que los franceses adoran, el nuevo es CTU, que responde a Colectividad Territorial Única. Porque hoy, y el próximo domingo, los 244.000 electores de Córcega votan para formar un Parlamento único, síntesis de las tres asambleas actuales. Es decir, los representantes de los dos departamentos vigentes (Alta Córcega y Córcega del Sur) que configuran la isla y los de la Colectividad Territorial de Córcega, la antigua región. Es la primera vez en la V República que dos departamentos –la organización territorial instaurada por la Revolución– desaparecen.

De las urnas saldrá un gobierno regional con once cargos ejecutivos y un Parlamento con 63 diputados. El presupuesto ascenderá a 1.200 millones de euros, que es la suma de los tres existentes hoy. Primer gasto: 200 millones, por los salarios de los 5.400 funcionarios. Y primer crujido: el departamento de Alta Córcega y la colectividad territorial habrían sido cautos en sus reclutamientos. En cambio, Pierre-Jean Luciani, presidente conservador de Córcega del Sur y enemigo de la CTU, “titularizó agentes por decenas” –escribe el diario económico Les Échos– y aumentó en 150 euros el sueldo de todos los funcionarios a su cargo. Una patata caliente –un canelón, en clave de cocina regional– para la gestión unificada que debería estar terminada el 1 de julio del 2018.

Los dos departamentos y la antigua región se funden en una sola institución

En las urnas se enfrentan hoy siete listas. Entre ellas, parte como favorito el bloque autonomista-independentista dirigido por Gilles Siméoni y Jean-Guy Talamoni, la mayoría saliente, que van unidos desde la primera ronda. Consigna extraoficial : autonomía primero, independencia después.

Desde hace dos años los nacionalistas ganan todos los escrutinios. En París, uno de los tres diputados nacionalistas elegidos a principios de año, Jean-Félix Acquaviva, explica que si autonomistas e independentistas van del brazo es para proponer “un horizonte sincero a los corsos”. Según Acquaviva, una Córcega autonómica sería “el punto de inflexión para superar, al fin, medio siglo de incomprensión, combate político y pulsos entre Córcega y París”. Y añade: “Autonomía dentro de la República, por supuesto. Porque la autonomía no se inscribe en una república de las galaxias, en caso contrario se trataría de la independencia”.

Es un punto de fricción: “Autonomía dentro de la República no significa nada; se trata de un veneno lento”, protestó François Tatti, presidente de la aglomeración de Bastia y uno de los cruzados contra la independencia. Acquaviva insiste: “Autonomía es la capacidad de votar leyes y reglamentos en los distintos niveles de competencia, que habrá que negociar con el Estado”. Si se cumplen los pronósticos que ya sientan en el sillón presidencial a Gilles Simeoni, el nacionalismo pesará en las negociaciones.

Hijo de una figura del nacionalismo, Edmond Simeoni, Gilles, al frente de Femu a Corsica (Hagamos Córcega) y aliado con la Corsica Libera (Córcega Libre) de Talamoni, ya despojó a la dinastía isleña de los Zucarelli de su feudo, el Ayuntamiento de Bastia. Y batió a Paul Giacobbi, otro histórico, en el Parlamento territorial.

Desde Napoleón es larga la lista de los corsos que han servido a Francia en frentes visibles y también clandestinos, como el de la Resistencia. Uno de ellos, Jean Colonna, prefecto del arisco sur, brazo derecho del presidente Jacques Chirac para temas candentes, simboliza la hegemonía de la derecha en la isla hasta la década de 1980.

Córcega Córcega (Alan Jürgens)

Y también los cambios que se han producido desde entonces en Córcega, donde en las elecciones territoriales del 2015 los corsos votaron masivamente natío, como abrevian nacionalismo. Hoy el hijo del prefecto Jean Colonna, ejemplo de servidor del Estado, Romain Colonna, de 35 años, profesor universitario de sociolingüística ( maestru di cunfärenze, se presenta), cantor de polifonías, reivindica nación y lengua. Y es candidato por Femu a Corsica.

El libro en el que reclama la cooficialidad de corso y francés en la isla, “enteramente escrito en corso” subraya Le Monde, es el resultado de un paso voluntario entre “una lengua que tenía en el oído, porque mi padre lo hablaba con su madre, y que luego estudié para mi diploma de lengua y cultura corsas”. El vespertino cuenta que Jean Colonna, crecido en un villorrio, “hablaba corso mejor que su hijo y hasta los doce años soslayó la escuela, único espacio en el que se hablaba francés”.

Ambos Colonna –uno de los apellidos más comunes en la isla– no tienen parentesco con Yvan Colonna, el activista nacionalista condenado por el asesinato del prefecto Claude Erignac en 1998.

“La obsesión de Romain –dice Le Monde– son los daños psicolinguísticos sufridos, según él, por los corsos, bajo dominación cultural hasta la década de 1970, sometidos al autoodi, un concepto catalán que significa detestación de uno mismo y que hace que menosprecien inconscientemente su idioma, como enseña a sus estudiantes”. Un idioma que de acuerdo con Acquaviva es “junto con el rumano lo más próximo al latín, mucho más que el francés. Y la expresión de un viejo pueblo mediterráneo”. Como esa bastelle que no puede ocultar su parentesco estrecho con la pastilla magrebí, servida en Orto, Ortu para los locales, uno de los platos del día de difuntos en ese Finisterre isleño.

Autonomistas e independentistas se presentan juntos desde la primera vuelta

Allí el joven Colonna es una personalidad y se le augura una banca de diputado. Si la escuela de la República era el espacio del francés –y los maestros castigaban con un golpe de regla en las uñas a quien se expresaba en patois– la universidad de la isla es, de acuerdo con Romain, “ese lugar en el que, hoy, la cultura corsa es legítima”. También lo es en París, y a causa de la lengua, para los diputados bretones, antillanos e incluso de la Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon.

Otra legitimidad es la del candidato del Frente Nacional a las elecciones corsas, extrema derecha, quien exige reconocer que “Córcega es el país de Dios y de la Virgen María”, manera pía de rechazar la presencia musulmana, fruto de choques permanentes por otra parte. En el verano del 2016 un enfrentamiento en una playa del norte de la isla se saldó con cinco heridos, manifestaciones y coches quemados.

El 7 de abril pasado el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo desear “la emancipación corsa” y estar “abierto al diálogo”. Meras palabras, según Acquaviva: “Seis meses después de aquel discurso, pronunciado en Furiani, y a pesar de que el ministro del Interior, Gérard Collomb, también dijo aceptar la posibilidad de una autonomía en la República, no hay un marco preciso para un diálogo franco, mientras que, por ejemplo, ya lo hay para Nueva Caledonia”, donde a lo largo del año que viene ha de celebrarse un referéndum sobre la independencia.

La realidad actual corsa se sitúa a distancia sideral de la más moderada de las comunidades autónomas españolas, lo que no impide que los adversarios de las tesis autonomista e independentista enarbolen el espectro de “una crisis a la catalana”, discurso recurrente desde septiembre pasado. A situar en el contexto del último país centralizado de Europa y donde todo, desde las comunicaciones hasta los programas de enseñanza, pasa por París. Así se impuso esa imagen de unos niños canacos, por ejemplo, que repiten en la escuela “nuestros antecesores, los galos”.

France is different y para comprenderla hay que empezar por digerir su realidad divina de tres entidades en una. La Francia oficial contiene, en efecto, en primer lugar a la llamada metrópolis, con centro en París. En segundo lugar, las provincias, que en la radio nacional de información continua France Info gozan de un espacio con musiquilla propia que resume las noticias pintorescas de la dulce Francia. En fin, único imperio europeo que transformó algunas de sus antiguas colonias en provincias ultramarinas, Francia mantiene territorios que le permiten gozar del segundo dominio marítimo mundial, detrás del de Estados Unidos.